Tomábamos una taza de café con mucha, mucha crema. Llegué a su casa a las 9, y cuando revisé el celular, ya eran las 1 y media de la mañana. Es que era demasiado tiempo sin hablar, lo cual no es sinónimo de no querer vernos. En realidad, volver a verla y conversar todo lo conversable en el mundo era una deuda conmigo mismo. Creo que a ella igual le pasaba eso. Conversamos de todo. Me contó sus dramas, su vida allá en el campo, sus peleas con los latifundistas que se quieren robar sus tierras, su visión del mundo, su metamorfosis como ser humano. Yo le conté también cosas mías. No tantas, claro. Yo soy así.
"Cuéntame tus sueños", me dijo. Le conté el último, ese que me ha tenido semanas tratando de darle una explicación. Su diagnóstico fue claro: "hay una energía ajena a tu familia en tu casa y debes sacarla de ahí. Por eso, al final luchas con la escoba contra esa mancha negra". Siempre tuvo ese don de ver lo que el resto no ve, sentir lo que el resto no siente y adelantarse a lo que el resto aún no vive. Para ella, es un don un poco maldito, porque a través de él, es consiente de la hipocrecía de la gente. Muchos le tienen miedo. En torno a ella, ha crecido una especie de leyenda negra. "Es como defenderte sin defenderte, así los huasos culiaos no te huevean tanto", le digo. Ella solo sonríe y me mira largamente. Y yo me derrito. Leyenda negra, maldición heredada de sus abuelos... no se. Para mi sigue siendo la de siempre. La de los guitarreos de Silvio en los recreos del liceo, la de los cassettes de Ismael Serrano, la de la batucada... la de la belleza indómita hoy vestida con ropas mapuches, asumiendo completamente su condición de mujer de la tierra .
Es la mujer más libre que he conocido en mi vida. Cada célula de su cuerpo es de una honestidad brutal. Cada ropaje, cada gesto, cada silencio, incluso, es coherente con ella. Cuando la gente descubre realmente quien es, dice, es realmente libre. "Así te traten de hueona loca o de bruja. Soy mapuche y que tanta hueá". ¿Puede una persona espantar espíritus malignos sólo con la promesa de ir a la casa en cuestión a hacer un zahumerio? Al menos, puedo asegurar que las malas vibras de mi casa ya no se manifiestan tan fuerte desde esa noche. Sólo una palabra tuya, bastará para sanarle, le decía un general romano a Jesús, y el enfermo se sanó. Pero Jesús no me consta que haya existido alguna vez, y ella está ahora enfrente de mi, en carne y hueso hablándome de mis ancestros, de que ellos dirigían el rumbo de mi vida, y que ya era hora que comenzara a investigar acerca de mis raíces. Que me sorprendería.
Si, estimada, estoy contigo cuando dices que el mundo es una real mierda. Que quizá, mejor no cultivar relaciones profundas que luego te puedan herir. Que lo único fructífero y esperanzador era educar a los niños desde la rebeldía. Que nuestra generación ya no cambió nada. Pero entre medio de tanta mala onda, que bueno fue haberte vuelto a ver. Que bueno saber que aquella loca que leía mis pensamientos incluso antes de verbalizarlos, que entendía mis arranques de soledad y compartía mi rechazo hacia cualquier símbolo de autoridad, aún está aquí, ahora convertida en un ser místico. Me contaste un secreto. Y vaya que secreto. Claramente ni siquiera aquí, en este blog, lo voy a revelar, porque es algo demasiado trascendente. Se que en un tiempo más ya habrás completado tu metamorfosis. Cuando ese momento llegue, quizá cobre sentido el hecho de haber sido yo quien escuchó aquel secreto, y honéstamente, no se si pueda responder íntegramente a esa tremenda responsabilidad.
Lo único cierto, por ahora, es que en un par de semanas más, iré a tu casa, en el campo. E iré como un soldado a la trinchera. Esa trinchera que te dejaron tus abuelos y que defiendes con uñas y dientes ante el asedio del latifundista usurpador. Estás sola allá, con tus hijos, y necesitas compañía. Llevaré varios libros para tu biblioteca. Enseñarle tu misma a tus hijos, renunciando a las escuelas es, en cualquier parte del mundo, una tarea titánica. Iré a tu casa con mi guitarra y tocaré Silvio mientras tú trabajas la tierra. Órdenes tuyas. Mejor no contradecirlas. Y tengo la sensación que estando allá descubriré cosas de mí que ni siquiera yo aun sé. Quizá mis ancestros me llevaron otra vez a cruzarme contigo en mi camino.
Pues entonces viene siendo la hora de que me empiece a sorprender.