jueves, 4 de febrero de 2016

Cómo morir


Mi abuelo se está muriendo. Está internado en el hospital de Valdivia después de un ataque que tuvo al cerebro que no se bien como explicar porque no soy médico y de todas formas poco importa. Porque lo importante es que pronto va a morir y eso ha producido el cisma correspondiente en la familia. Porque por mucho que mentalmente nos viniéramos preparando desde ya hace algunos años para aceptar este momento, la partida del mayor de la familia si o si traerá los coletazos que en mayor o menor medida en todas las familias se producen: disputas por herencias, casas, hijas no reconocidas, rencillas del pasado... etc. Es algo inevitable, para lo cual no se si mi mamá y sus hermanos están preparados.

Pero mi abuelo aún no muere y está internado, como dije, en el hospital. Mis primas han ido a verlo a la sala en donde está su cama, inconsciente y lleno de todo un aparataje clínico y me han contado los detalles, y para mi, son más que suficientes. No he ido a visitarlo y creo que no lo haré, porque no quiero verlo lleno de tubos postrado en una cama. No quiero que ese momento sea el último recuerdo de él "vivo". No es un recuerdo digno de la persona que fue en el pasado. Aquella persona que combatió a la dictadura de frente, mientras otros se escondían en las embajadas. Aquel que en los momentos de mayor miedo prestó su casa para que militantes del MIR en clandestinidad planearan la resistencia. Aquel que iba a dejarle alimentos a la cordillera a los guerrilleros de Neltume. Aquel que fue uno de los primeros que se atrevió a discursear en público cuando comenzaban las protestas nacionales. Aquel que me regalaba dulces cuando era chico y cuando grande, expresaba siempre el orgullo que sentía por la persona en que me convertí. Por respeto a él y porque no quiero sentir más pena, no iré a visitarlo y me quedaré, como último recuerdo, con el almuerzo en el mercado que tuvimos junto a mi mamá, en donde se rajó con unos caldillos de congrio y una cerveza artesanal de un sabor exquisito.

Pero también no iré porque no me gustan los hospitales. Son lúgubres, tristes y la burocracia ligada a estos lugares hace que uno sienta que más que ir a ver a un enfermo, uno va a un servicio técnico a preguntar por el estado de un artefacto descompuesto. Es un lugar deshumanizante, más si es un hospital público y tienes que lidiar con estos médicos de mierda que están ejerciendo ahí solo porque la beca con la que estudiaron ponía como condición trabajar un par de años en el servicio público.No es un buen lugar para morir y así lo he manifestado en innumerables veces a mis viejos. Porque cuando llegan estos momentos en donde ves el actuar de la muerte tan de cerca, piensas en la tuya. Piensas en cómo te gustaría morir y como no. Por ejemplo, siempre he admirado la muerte guerrillera, a lo Che Guevara, a lo Miguel Enriquez. Peleando por algo justo, con toda tu integridad y un halo de dignidad que el olor a pólvora dificilmente podría tapar. Quizá también sería ideal morir haciendo un deporte extremo, como saltando al vacío desde algún edificio de esos que se ven en los Emiratos Árabes, que tienen como mil pisos. En cambio, no quisiera morir como Hanz Pozo, descuartizado, o como el Guatón Romo, solo, repudiado por todos y pestilente. Morir de diabetes debe ser horrible, así como morir de calor. Porque odio el calor con toda mi alma. Preferiría morir de frio, pero en la Antártida, porque debe ser bonito ese lugar.

Lo ideal, en todo caso, es seguir con vida. Porque amo la vida. Por eso mismo, nunca me suicidaría. Tampoco me quemaría a lo bonzo en la plaza como Eduardo Miño, por muy justas que sean mis demandas, porque ya sabemos que a los poderosos poco le importan los trabajadores quemados. Menos sueldos que pagar. Morir ahogado sería fatal. Lo peor es que no se nadar. Tampoco sería agradable morir de aburrimiento, porque es una muerte lenta. Morir haciendo el amor es el sueño de todo hombre. También morir en un viaje de LSD. Dicen que morir de paro cardiaco es desesperante. Me lo han dicho personas que han vuelto a la vida luego de haber muerto, haber visto la luz y sentir el ruido del enfermero reanimando su cuerpo. Gente de diversa calaña, con luces y sombras que han coincidido en que quizá no exista el infierno, porque aquel túnel de luces hermosas y esa sensación de paz está en todos los relatos. Quien sabe. De todas formas, si existe el infierno, para allá se van todas las pornostar, las estrellas de rock, los intelectuales más destacados del ateismo y un montón de gente como uno que en más de una ocasión ha escupido en la cara de Dios. Con toda esa gente uno no se aburre como sí lo haría pasando toda una eternidad hablando de cosas buenas y bondadosas con Teresita de Los Andes.

Quien sabe, uno se puede morir en cualquier momento. Bueno, no creo que ahora porque estoy de vacaciones y nadie muere por descansar. Pero creo que debería dejar algunas cosas claras, por si acaso mañana amanezco tieso. Aprovecho de hacer algo así como mi testamento. Cosas que quiero al momento de exhalar mi último respiro.

Primero que nada, tengo un montón de instrumentos y algunos de ellos quiero regalarlos. Mi guitarra se la dan a la Naty, que es tan buena amiga y me apaña en todo pa salir a tocar. Mi charango viejo, déjenselo al Victor, que está aprendiendo a tocar. Mi otro charango, el Chasqui que me costó como 200 lucas, guárdenlo como recuerdo y después de 50 años, véndanlo como reliquia y van a ganar mucha plata. Mi flauta traversa, pa mi papá. Mis accesorios de percusión, pa mi hermana. Mi bongó, pa la Lili, pa su grupo reggae. Mi cámara canon, pa mi hermana. Los atrapasueños que me regaló la Mariana, que decoren la casa. Los libros dónenlo a alguna biblioteca popular. Los de teoría musical, pa alguien que esté estudiando música. Tengo un montón de monedas de diez pesos en una cajita. Son como 10 lucas en total. Cámbienlas y se los regalan a alguien. Mi notebook se lo dejo a mi mamá pa que pueda ver el diario LUN por internet. No quiero que me entierren en el cementerio. Por fa, crémenme y las cenizas las esparcen por algún parque con grandes árboles y mucho verde. Cosa que la gente que quiera ir a verme, pueda aprovechar, si quiere, de hacer un pic-nic.

Yo nunca he creído en los espíritus como creen las religiones. Yo creo más que nada en las energías que uno, como ser humano impregna a las cosas y a los lugares queridos. A veces estoy solo en mi casa y siento muchos ruidos. Se que es son las energías de mi abuela que aún rondan por la casa, pero también se que soy yo mismo abriendo el refrigerador, o mi hermana prendiendo la tele, o mi papá sentado en el comedor reflexionando acerca de lo duro de la vida. Por tanto, no puedo evitar seguir rondando incluso después de muerto. A las personas que se lleven algo mio, tendrán que aceptar que me llevan a mi también. Pero no se preocupen. Mis apariciones no van a ser mala onda, como la de esos viejos pencas que se van al otro mundo y se le aparecen a la familia para asustarlos, maldecirlos o llenarlos de presagios negativos para el futuro. No. Pucha... si me aparezco mientras tocas mi guitarra, es porque amo la música y me gusta compartirla con quien esté tocando. 

Hay que seguir con la buena onda, incluso en el más allá.